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Monstruo abstracto

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Intuyo en su carácter un ápice de desinterés por permanecer como hombre; le atrae el sentido que se le otorga al monstruo en cuanto a emociones humanas. Busca un modo de convertirse en ente visible y palpable exento de bondad, partícipe de maldades que acontecen en su cerebro de un modo parecido a la cinematografía; la sucesión de escenas ocurre a cámara lenta para mayor regocijo del espectador/amo de sus pensamientos. Fantasea con la idea de convertirse en monstruo de ojos azules y manos pequeñas, pelo canoso, ausencia de bondad e inteligencia emocional más bien escasa.

Observa en el receptor de miedos cómo el grosor de las pupilas se extiende igual que el líquido rojo que conserva el hombre bajo la funda de piel y experiencias humanas, cuando el que se considera monstruo se acerca a su plano visual. El mapa elástico repleto de cicatrices, pecas y vello, refleja la experiencia sin necesidad de palabras. Es la vista quien cuenta la historia aunque no necesite de la palabra hablada. El brillo del metal se acerca a ella para que las gotas de orina caigan al suelo. Serán las últimas.

El avance del segundero indica que ha pasado demasiado tiempo desde que el metal ha vaciado su cuerpo. La piel es un plástico tirado en el mar. La carne brilla y adopta un tono amarronado cuando es iluminada por el foco de luz de aquellos que, supuestamente, trabajan para encontrar la verdad. Llevan placas, linternas, lucen perillas en sus rostros y les gusta demasiado el café. El estropicio es tan grande que algunos deben salir a la calle para vaciar sus estómagos. La violencia ocurre en la mazmorra del esófago cuando el último manjar cae al suelo. Servirá a modo de picoteo para las palomas. Quizá atraiga a las hormigas cuando se haya secado.

Lo importante en este momento es ser una criatura pequeña que esté interesada por el vómito humano una vez esté seco.

Se llevan los restos en silencio. Una variante de misa judía acontece alrededor de los restos; la música es el vacío que se ha creado en la habitación. Parece como si el criminal aún estuviera escondido en algún lugar cercano. Se intuye algo maligno. Se huele el dolor que le producen las voces que lo amenazan con no cesar si deja de causar maldad. Al principio pensó que podía causar dolor pasando desapercibido, es decir, sin causar ningún mal a ningún ser vivo. Pero las amenazas fueran tales que tuvo que usar cuchillos de cocina para paliar el cúmulo de amenazas que recibía en la sala de estar de su cabeza.

Pero todo eso ahora no importa a los que vigilan cuando se quitan su ropa y se colocan un uniforme. Son funcionarios. Les pagan por ponérselo. Les pagan para que los crímenes se eliminen pero no se olviden. De ahí el fracaso de los uniformados; todo el mundo sabe que tienen que existir porque la maldad adopta formas en el tiempo. La maldad es imparable. Es una de las características del ser humano. Por eso cuando alguien alega que se necesita más humanidad, en realidad está aumentando el grosor de las palabras que salen de su boca, válvula de escape de la vida mental. La humanidad comprende odio, recelo, envidia, amor, alegría, tristeza, pereza, hambre, dolor,… nadie puede enfocar la humanidad como si tan solo existiera la parte buena. La parte que a todos nos gusta ver. La parte que mejor reparte sonrisas y bienestar espiritual.

Un asesino utiliza un comportamiento totalmente humano. Es normal que mate. Es su naturaleza.

Los factores que definen al ser humano se alinean frente a la moral para que esta dicte sentencia. Por eso existen los uniformados, para que puedan estar al otro lado de la línea y el jazz de la vida los coloque en su lugar. Por eso existen las etiquetas; para que todos sepamos cómo debemos comportarnos a pesar de las voces que existen en nuestra cabeza. Se puede optar por escucharlas y se puede elegir el camino del bien. Pero también uno puede disfrutar de su locura ignorándola cuando esta se pone demasiado insistente. Se puede huir de uno mismo mediante el cambio de lugar mental. Puedes imaginar que estás en la Luna mientras fumas en el parque. Puedes viajar a cualquiera de los escenarios del mundo onírico solo con cerrar los ojos. Pero no todos pueden hacerlo.

Los débiles se convierten en terroristas de la moral cuando se centran demasiado en las voces. Cuando le prestan demasiada atención a la locura. De ahí que necesiten escoger a alguien que les ayude a sobrellevarla. Algunos lo llaman víctima; los locos les cogen cariño y los asesinos se enamoran. El amor de un asesino se demuestra apuñalando. Aunque sepan que los uniformados les siguen las pista. Aunque les dé igual que los capturen y los metan en agujeros de cemento armado con un pequeño váter de cerámica.

Intuyo en su carácter la ausencia de inteligencia; le gusta parecer un hombre de Cromañón. Parece como si el único ser en el que desea convertirse nadie lo haya dibujado aún. El mal puede ser contorneado por un lápiz. Es fácil. Tan solo es cuestión de usar la imaginación igual que hacen los asesinos. Por supuesto, los que mejor lo hacen son los creativos. Saben jugar con los cuerpos. Saben que se puede construir algo bonito del horror más supino. Los asesinos son poetas que no saben que lo son. De todas formas no saben cómo usar las palabras así que utilizan el cuerpo humano a modo de lienzo. No importa lo brutal que sea la muerte de su obra artística. La máquina de su mente esboza planes continuamente hasta que encuentra el mejor.

Lo cumple según le dictan las voces.

Los uniformados siguen su rastro de sangre y creaciones de arte moderno. Vomitan porque no entienden el arte abstracto. El rojo sangre que sangre contiene. El blanco de los huesos manchados de rojo sangre que de sangre está hecho. Un poema sin necesidad de palabras.

Cubismo interpretativo para policías de academia.

Los académicos de la supuesta moral recogen el estropicio. El espectáculo ha terminado. Por la noche, en sus casas, buscarán la chispa del amor en sus hijos, en sus mujeres, en el fondo de las botellas de vodka que beben para crear de la nada algo a lo que aferrarse. El amor, uno de los pilares de la conducta humana, hará de bálsamo reconfortante; una idea volátil que existe en la mente de quien lo necesita. Al final los sentimientos son una guía espiritual para inadaptados de su propia conducta. Algunos están algo estropeados, otros son creativos a pesar de lo dramático de sus consecuencias. Todos necesitan un lugar en el que exponer sus obras. El reflejo de su espiritualidad es su mejor cualidad. Lo saben hacer como nadie. Ningún artista ha suscitado tanto impacto como aquel que usa la transformación de la vida y la muerte. El asesino expone obras pictóricas, lee poemas exquisitos, esculpe la vida tal y como la ve.

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Un uniformado también puede actuar como crítico de arte, comisario de exposiciones o incluso jurado de premio literario. Tan solo debe conocer la magnitud de lo que reflejan sus ojos para saber con quién se está enfrontando. El crimen a modo de arte plástico. La más baja intención del asesino como slam poético sin público ni aplausos. Un policía se hace partícipe de la bajeza espiritual a pesar de que quiera erradicarla; reside en el mismo escenario. Es parte del jurado. Es parte de la obra. Se necesita para que el mecanismo funcione.

La habitación está salpicada de rojo cubista. De sangre poética. De arte abstracto esculpido en piel, carne y huesos.

El jurado determina que el artista se ha dejado ir por el ego. La provocación es más que evidente; el cuerpo yace en el suelo con los miembros amputados, como un libro extirpado del organismo del escritor. La obra narrativa es la creación de un órgano indispensable para el artista que enseguida es arrancado del mismo para exponerse ante el receptor de estímulos. Del mismo modo que un pintor realista desnuda su nivel intelectual, sus influencias y su propia carne para mostrarse ante el mundo, el asesino actúa de un modo similar; la realización personal se halla en el momento cumbre del apuñalamiento cuando el ego personal está a punto de salir al exterior y la catarsis se mofa de los álbumes musicales de grupos de slam metal como Big End Bolt.

La desnudez de los elementos a disponer se esparce en el suelo para que el creativo pueda montar una estructura que hace poco estuvo viva. Los ingredientes de su propio arte toman vida de nuevo después de ser aniquilados. La transformación se convierte en mutación del cuerpo para resurgimiento del arte.

La sangre es pintura y los huesos estructuras. La complejidad del artista le obliga a usar formas de la naturaleza, como hizo Gaudí con el famoso templo convertido ahora en prostitución arquitectónica. Un asesino reserva su público al uniformado; no le hace falta el aplauso; un vómito caliente es mejor que cualquier tipo de ovación.

Intuyo en su carácter que ahora, en la celda que seguirá dibujando con la mente por falta de recursos, tratará de seguir creando de un modo inusual sin poder redimirse. Puesto que nada ni nadie pueden cambiar su naturaleza. Quizá los fármacos maquillen su realidad, pero nunca volverá a ser creativo.

En la jaula se siente incomprendido. El poeta necesita máquina de escribir. El escultor, un poco de arcilla. El asesino requiere un cuerpo de piel blanca y alaridos desgarradores.

La oscuridad es una jaula que contiene libertad enlatada.

El arte se redime en cualquier tipo de forma material o disciplina.