Tumulto

pulpuEn el lugar de los hechos, la mirada del hombre que sujeta su vida frente al horror civil, no se inmuta ante un tentáculo tirado en el suelo que al parecer quiere demostrar que el gen violento existe, que el ser humano es manipulado por otros que también lo han sido. En un rincón de la civilización humana y entre gritos de un solo ser formado por millones de congéneres, el animal avanza cauteloso, víctima de su propio mal y con el ruido exterior mitigado por el suyo propio; se encuentra en una situación nueva para vivirla en su propia carne. Ha visto el horror de la violencia en películas y libros, pero nunca se ha mostrado preparado para convertirse en espectador y actor a la vez; el paralelismo no es tal cuando sabe desprenderse de la forma y la idea y vagar como alma entre los millones de cuerpos vivos que conforman el animal hambriento que come para morir. Observa la curvatura del cuello y la rectitud de los ángulos de la nariz que, al igual que otros, se arrastran para que otros hagan lo mismo.

Unos tienen hijos para dejar huella y otros aprenden a observar su cuerpo desde dentro y así, poder contemplar el mundo en todo su esplendor.

No disfruta la violencia injustificada del mismo modo que no lo hace un depredador ante su presa; la vida se extingue a pesar de querer prevalecer. El tumulto sigue avanzando sin preguntarse hacia dónde va ya que es la idea que ronda en su cabeza el destino deseado. Pero el ente que viaja entre la multitud y, de vez en cuando, regresa al cuerpo para constatar la vida y el mecanismo del mismo, cabalga por la pradera de cuero cabelludo buscando al primero, al cabecilla, al pastor de tumultos.

Lo encuentra enarbolando súplicas y rencores, palabras que ni él mismo comprende. Un discurso elaborado, un cuchillo sin dueño… solamente quiere guiar a un pueblo que camina hacia la idea preconcebida en la madre del pensamiento, la que arranca y conduce a la maquinaria de piel, músculo y hueso blanco y puro. Todo el mundo cree ir en la dirección correcta aunque otros sigan distintos caminos. Todo el mundo necesita ideas para aferrarse a ellas porque no saben que el pensamiento individual conlleva a la investigación, la experimentación del pensamiento y el acto, la deriva emocional en caso de adquirir ideologías.

Vuelve una vez más al cuerpo y decide quedarse; ha tenido bastante. Las personas se repiten las unas a las otras. La identidad se duplica, se triplica, se multiplica hasta formar un todo; una bestia de mil piernas que avanza por la miseria del cemento. Y consigue quedarse el tiempo suficiente para enarbolar cánticos que otros entonan, caricias para el alma guerrera, ideas que hacen el amor con la música de la calle. Y considera que, durante un tiempo, estará bien seguir a otros a pesar de esgrimir la espada del pensamiento propio. Porque necesita aliados, gente que camine a su lado, amigos que lo respaldarán cuando sus ánimos decaigan. Pero no sabe que, cuando vengan otros tiempos, los amigos quizá se disuelvan en la idea preconcebida que se los come por dentro; la ideología adquirida.

Y de ahí surgirá de nuevo su afán por pensar por sí mismo y deshacer lo que otros le han tratado de imponer; ideas surgidas del castillo de ladrillos y cemento que aloja a millones de personas que también sirven de ciudad, país, continente o planeta para otros seres de tamaño menos significativo que el suyo. Y ellos serán dictadores de su propio mundo hasta que la enfermedad dé un golpe de estado en el planeta cuerpo. Y lo hará cuando le plazca, sin motivos aparentes, sin provocación alguna. Matará al cuerpo y con ello destruirá al mundo orgánico.

Y será entonces cuando ya no podrá seguir al tumulto porque será uno menos, uno que no cuenta, uno que no respira ni hacer latir el corazón. El grupo abanderado tendrá a uno menos si el cuerpo se provoca estado de sitio y destrucción interior a causa del disparo de la enfermedad. De la misma manera que el grupo mayoritario, el que sigue al enarbolado será sustituido por otros que pensarán igual para que la idea no muera y siga dándose encontronazos con el ente que se separa del cuerpo y nada por el mar de cabezas de pelo revuelto, revolucionado, ondeando al viento como bandera de la humanidad y no del barullo estético, violento y físico.

Encuentra de nuevo en el suelo el tentáculo que representa a la bestia ignota, al poder del hombre para causar dolor, para prevalecer entre los suyos. Y trata de no pisarlo para no hacer saltar la chispa.


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