Mxyzptlk

11Me acuerdo de los saltos en el tiempo. De todas las veces en las que nos encontrábamos tendidos en un colchón. Rezábamos a dioses paganos. Hablábamos de tradiciones extintas. Éramos el resultado de la sobreexposición de la ficción; en realidad estábamos escribiendo nuestro propio relato. Demasiadas palabras quemándonos la piel. La música era estridente y los dientes nos mordían constantemente. Queríamos convertirnos en cuento, en dos entes independientes que podían unirse del modo que prefirieran y formar, así, algo coherente con lo que el público lector demandaba.

Nos gustaba ser desagradables por el mero hecho de serlo; los personajes a los que emulábamos dictaban nuestro camino.

Salíamos de la realidad por la puerta trasera. Nos perseguían vampiros emocionales, zombis del éxito, monstruos de los que solo aparecen en la vida real. Nos decían constantemente que nosotros mismos mandábamos en el texto. Que simuláramos que estábamos en un sueño que duraba tres meses.

“Haced lo que os dé la gana mientras tratéis de sorprendernos”.

Era extremadamente difícil buscar el factor sorpresa. Era como tratar de capturar una liebre con unas aletas de natación en los pies. Pero siempre conseguíamos engañar de algún modo. Podíamos convertirnos en asesinos y víctimas a la vez. Conseguimos trazar círculos concéntricos frente al mismo relato y romper la monotonía. Luego nos dábamos un beso al cerrar la puerta.

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Podíamos aparecer en cualquier lugar y a cualquier hora. El tiempo era un lugar distinto cada vez. Siempre teníamos el mismo escenario frente a nosotros, siendo este un lugar distinto en la línea de tiempo. Recuerdo el terror naciendo dentro de la cabeza. Un ataque de ansiedad pilotando un bombardero dentro del bombo que un enano con resaca golpeaba a más no poder. Decidí que la historia no siempre tenía que ser de miedo. La vida ya es suficientemente extraña.

Nos dijeron que trazáramos un mapa bizarro para poder transitar por él. Así que modificamos el tiempo y el lugar y rompimos todos los caminos posibles. Nos movimos a nuestras anchas por el terreno ficticio mientras ella me tiraba el pelo y me mostraba sus dientes. Dios, que bonitos eran.

Analizamos el contexto en el que debíamos movernos y decidimos que no debía existir estructura alguna al hacerlo. Transitamos por la línea de tiempo y aparecimos en lugares remotos, en fondos de pantalla desorbitados, en agujeros negros donde notábamos presencias gigantescas que no querían mostrarse. Estábamos buscando personal para organizar un relato extraño. Simplemente dejamos de tenerlo todo bajo control para que el texto se formara solo, para que las palabras nos hicieran una radiografía.

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Qué loco. Qué extrañeza la que nos confundía paralelamente con nuestro desorden argumental. Nos salimos de los raíles para hacer descarrilar al tren. Nos encontramos con tipos con cuernos de alce y varias chicas con la cabeza rapada. Una dio un paso al frente y nos habló de un monstruo lovecraftiano. Enseguida nos marchamos corriendo; no queríamos saber nada sobre personajes tan manidos.

Un día ella abrió la boca y vomitó un trozo de galaxia. Me sentí cómodo con todo aquello y le dije que cerrara la boca, la sensación de espacio me estaba agobiando. Ella también cerró la boca para que el sonido de las estrellas le diera un poco más de espacio para sentirse a sus anchas. Nos quitamos algo de ropa porque hacia calor pero no nos tocamos porque notamos como si alguien quisiera leer algo de pornografía espacial. No queríamos darle el gustazo. “Búscate una novia con escafandra” le dijo ella mientras le escupía en la cara. Un fragmento de Herbert le colgaba de la comisura de los labios. Creímos que pertenecía a “Dios emperador de Dune”.

Una vez me preguntó si el relato podía tomar sentido alguna vez para poder salir al recreo y descansar un poco. Le dije que lo hiciera cuando ella quisiera. Que hiciera detonar los explosivos. Que dijera en voz alta el nombre del asesino. Que le propinara un puñetazo al supervillano. Ella se encendió un cigarrillo. “Pensaba que habías dejado de fumar” le dije. Me tiró el humo en la cara y me salió un papiloma.

Traté de hacer algo con ese colgajo de carne diminuto que colgaba del interior de la boca. Sería hermoso poder construir una historia acerca de un trozo de carne que nadie quiere, pero enseguida me cansé de teclear en silencio y arremetí contra la estructura clásica del relato tradicional. Teatro clásico en los pendientes. Frases de Borges subiendo por el esófago. Hendidura espacio temporal activándose. Legiones de fans de películas de superhéroes viendo como la última sala de cine arde en llamas. Banqueros remando una góndola. Romperles la rótula con una grapadora oxidada. Culatazos en la sien para que den un volantazo a la izquierda. No.

No sabe qué hacer para hacer estallar el relato.

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Durante un momento me separo de ella. La ansiedad me golpea fuerte, tanto, que creo que está a punto de volar. La garantía de devolución ha caducado. No siento nada excepto el repiqueteo del corazón desbocado. Mierda. Salir por piernas ante un ojo gigante que te mira con odio. Buscarle la lógica al texto para dejar de fruncir el ceño y pensar mal de quien busca romper esquemas. No. No hemos conseguido nada. Solo establecer paralelismos entre abrocharle los zapatos al sueño y tatuarle una polla a un cerdo.

Me acuerdo de una puerta abierta y un rayo de luz tratando de teñirme la piel de eterna palidez. No estoy muerto, le dije. No pienso atravesar el marco y dejar que me lleves. Ahora tengo novia y tiene los labios bonitos y me aguanta todas las tonterías. El amor no es un sentimiento, sino buscar un motivo cada día para hacerle una videollamada.

Ya, pero ¿ya has hecho explotar la lógica del relato?

Me acuerdo de que aterrizamos en una cama vacía con luces compradas en el chino colgando de las paredes e hicimos bastantes tonterías antes de enzarzarnos en una sucesión de revolcones grasientos y deseo apestando a saliva caducada. Qué bonito. Cada vez que lo pienso trato de salir del cuento para dar rienda suelta al deseo contenido. A la hamburguesa humana que creí comerme hace unos años. A la gran mentira que algunos llaman éxito inalcanzable.

Creo que le di un beso antes de cerrar la puerta y darlo todo por concluido. Pero aparecieron unos entes alrededor de la cama y nos dijeron que venían del más allá para participar en el texto, para darle un poco de emoción al relato. Los aceptamos porque no sabíamos qué hacer. No teníamos inventiva. Nos habíamos fumado toda la imaginación.

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Nos llevaron al bosque y trataron de engañarnos para analizarnos. Ella le propinó un mordisco al primero que tenía enfrente en lo que debería ser el cachete del alienígena. El tipo/cosa emitió un grito y nos atrapó a los dos dentro del sonido. Era infernal. Vivímos dos semanas dentro de una jaula invisible donde un sonido nos taladraba los oídos. Era como un grito interminable. La idea era que nos volviéramos locos, pero nos pasó lo contrario: nos volvimos cuerdos y políticamente correctos y decidimos que éramos héroes musculosos y les pateamos el trasero a los entes envueltos en una bandera americana.

Qué aburrido. Nos habíamos pasado de previsibles. Por un momento me olvidé de que tenía novia y me peleé otra vez por el mero hecho de divertirme gratuitamente. Esta vez invoqué a Mxyzptlk, el tipo pequeño del sombrero bombín que le hacía la puñeta a Superman. Me acuerdo que cuando le estaba frotando la calva con los nudillos mi novia apareció en la escena y quiso tomar parte en la refriega. Pero enseguida la tiré encima de la cama, aquella que estaba formada solo por un colchón, la que aparece al principio del texto, y que hace desaparecer el relato.

¿En serio crees que he terminado?

No.

Ella me está mirando desde la cama. Siempre la cama. Supongo que ocurre así porque no pudimos ni tan siquiera tocarnos durante las dos semanas que estuvimos prisioneros en la jaula de sonido. Incluso era imposible comunicarnos. Ella me propuso meternos dentro de un videojuego. Podríamos construir una narrativa con distintas opciones, como en aquellos libros donde podías elegir qué camino tomar, pero con opciones limitadas. Le dije que no, que nada, que vomitara un pedazo de arco iris para encontrar el tesoro definitivo y esperar a la muerte con una extraña sonrisa dibujada en los labios.


Monoteísta

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La escena se funde en negro para que el impacto en el espectador quede amortiguado por un tema de los Current 93 con el volumen en la posición del dos. La música apenas se hace audible mientras el rostro deformado por la codicia se alinea con el pecho de la joven protagonista para ser lamido. Es el preludio del amor oscuro. Es un prólogo que no necesita ensalzar la obra que lo precede. La negrura convierte al monstruo en amante y a la víctima en un lecho de rosas frescas y rojas. El espectador no ve nada pero intuye que la lengua del ser recorre el valle de sus pechos, disfrutando del momento para revertir en el acto vengativo que caracteriza a sus acciones. Porque el animal necesita de la venganza como el bailarín consume su cuerpo encima del escenario. Es el ingrediente superlativo de su existencia; vivir para hacer recordar la vida a quien se somete –voluntaria o involuntariamente- a su desdén.

El foco de atención se detiene en un halo luminoso proveniente de una única lágrima. Una única gota de agua salada que no se permite deslizarse por la piel; es demasiado única.

Extremadamente delicada y preciosa.

El rostro se detiene en el pubis de su amante circunstancial para acariciarlo con la mirada. Lo huele; se acuerda de su condición animal. La lengua aparece en el cuadro subiendo y bajando por la flor roja. La flor seca. La flor llorosa. La flor única, delicada y preciosa. El rostro lame con la furia del tigre y el descaro del lobo. Recita la letra de The Inmost Night y espera a que las flores de octubre lo cubran de gloria. Y reconoce que se ha pasado de poeta; el relato acaba de perder sentido. Pero él sigue lamiendo a pesar de los constantes abucheos de los espectadores. De los lectores. De los que huyen de su vida y se adentran en lo que no comprenden para –simple y llanamente- entender de qué materia se forman las historias.

Y la mujer herida de amor oscuro se estremece igual que se estremecen las flores cuando el fuego recorre su fragilidad. Aun así ella trata de disfrutar aunque algunos espectadores no estén satisfechos; en realidad el acto amoroso no es un espectáculo.

Por mucho que algunos se concentren en el relato explícito y los primeros planos de sexos rasurados.

La escena se confunde con la oscuridad del camino cuando la linterna agota sus baterías. La escena se funde con la primera dentellada del caníbal; la parte más amable es la primera gota roja que tiñe los labios del animal. Y así todos pueden sentarse en la mesa y comer lo que gusten. Y de la oscuridad aparece el lobo y el búho y los tigres invisibles que mordisquean la piel de la amante para comerse sus órganos; música para dioses insatisfechos.

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Dioses que nunca se cansan de pedir que el hombre se arrodille y se humille y se muestre pequeño para ensalzar la gloria efímera que se concentra –solamente- en la oración del ritual.

Porque luego nadie piensa en los dioses excepto para recoger cosechas o cazar animales. Animales como los que devoran el cuerpo de la hembra rezumante de sexo y carne roja como la palidez del fuego medio apagado. Y los hombres la veneran desde la parte más baja del altar. Y el animal-amante-semidios desgarra la carne y la arroja la multitud para que todos coman y crean que las propiedades de la hembra pasarán a su sangre. El ritual moderno incluye botas de varios agujeros, vaqueros negros y pelos largos como los que se peinaban antaño.

La escena se llena del clamor de los asistentes y se encienden todos los focos para sorpresa del público asistente. El lector cambia de postura, se rasca en la zona que le da más placer y se enfrasca en la lectura que construye la escenificación de lo que ocurre; el sofá es cómodo y la música es ahora una delicia para los monoteístas. De todas formas, en el bosque carpatiano la sucesión de los acontecimientos construye un relato falaz, venenoso, incómodo de leer aunque la cabalgadura sea un Chester aceitunado. Las palabras se convierten en el ruido que hacen las mandíbulas de los asistentes a la acción mientras mastican la tierna carne de la amante. La belleza de sus piernas queda salpicada por la furia del hambre y el terror hacia la furia de una única deidad. Por eso arrancan la piel de la virgen aunque sea un recurso extremadamente usado en este tipo de escenas. El relato cobra vida cuando el primer hombre alza el corazón de la joven y así justifica su ascensión hacia el cielo y su posterior encuentro con la deidad.

La celebración desemboca en vino y carne y placer. Muchas mujeres vestidas de blanco engullen todo tipo de alimentos mientras besan a sus hombres con los rostros teñidos por el color del sacrificio.

Piratas, vikingos, escenas sexuales de contenido altamente explícito.

El ritual es ahora una fiesta pagana y un ceño fruncido; el mismo que sostiene el único dios encima de sus ojos repletos de bondad y peligro.

El rostro baja las escaleras y se une a la comunión. El volumen de la música se sitúa ahora en el número ocho para que The Swordsmen se convierta en un concierto para sordos. Para lectores que imaginan el ritual a su antojo.

Se necesita dotar al espectador de cierta libertad para que el relato no se convierta en su propia realidad. La huída de quien está demasiado harto de la su propia materialidad, es ahora la sangre que gotea por la madera de la palestra donde el ritual ha tenido lugar.

La mujer está sola y muerta y desgarrada como si fuera un poema por escribir. Un poeta muerto en el camino. Un escritor asesinado por alguno de sus personajes.


Los padrinos del gore

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Los padrinos del gore siempre han sido tipos con aspecto de profesor de química. Los padrinos del gore golpean fuerte en sus películas; muestran la realidad que trabaja en silencio en el castillo de huesos y piel maquillada por las inclemencias del tiempo. Dicen que los directores de cine viven las películas en su mente; destripan a sus víctimas en su cabeza, las desollan vivas, les quitan el cerebro y lo mordisquean tiñéndose los dientes de color rojo. Eso es lo que me cuenta Sussie, colocándose a cuatro patas para hacer ejercicios de espalda sin importarle que le miren el corazón que forman sus nalgas dentro del mallot.

A Sussie le chiflan las películas gore. En su piso los DVDs de Fulci sustituyen a la música generacional o a las sesiones efímeras de melodías motivacionales. The eye of the tiger se convierte en “La casa al lado del cementerio” mientras que Mr. Anger de Metallica queda sustituida por “El más allá”.

Hacer 4 series de abdominales mientras los muertos vivientes de “Zombi II” invaden Nueva York.

Levantar 26 kilos en el press militar cuando en “City of the Livind Dead” una manada de monstruos hambrientos se nutre de los deltoides de un desafortunado vendedor de helados.

Tríceps en banca y gritos ahogados en sangre.

Press de pecho en mitad de una contienda en un supermercado abandonado.

La pantalla muestra el terror en su estado más severo. Los músculos se endurecen, se redondean cuando las fibras se destruyen. La hipertrofia se muestra ante los ojos de un único superviviente. Porque Sussie a veces cree que la película es ella y lo que ocurre al otro lado es mucho más real que su propia vida. Porque Sussie nació en algún lugar deshabitado, repleto de inmundicia, sin padres, sin amor, sin un resquicio de belleza al que aferrarse. Hasta que alguien la encontró cuando ya era demasiado tarde y ya no había vuelta atrás para edulcorar sus maneras.

Maquillar a la bestia enroscada en alguna parte.

Vestir de etiqueta a un demonio.

Sussie es la encarnación de un animal salvaje con cuerpo de humana.

A Sussie no le importa que la miren las piernas brillantes por el sudor mientras me cuenta lo mierda que me ha parecido el guionista de “Zombi Nation”, de los efectos especiales en “Zombieland” o de lo bien caracterizada que está la coprotagonista de la tercera parte de “El regreso de los muertos vivientes”. Sussie se concentra en colocar el codo derecho formando un ángulo de noventa grados cuando la mancuerna de 15 kilos se alinea con sus pendientes de calaveras. No le molestan porque sus movimientos son precisos, perfectos, estilizados. A pesar de la robustez de su cuerpo su agilidad es precisa, su ritmo es música silenciosa, su rostro pétreo no se inmuta cuando el sudor cubre su piel repleta de mapas minúsculos.

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En el gimnasio low-cost al que nos apuntamos hace medio año las pesas están tan gastadas que Sussie siempre bromea alegando que las han sacado de alguna peli de Romero. De algún plano secuencial de Eli Roth. De un travelling horizontal de cualquier basura gorno. Mientras hace aberturas de hombros con una trenza de goma le guiña el ojo a un musculitos de unos treinta años, tatuajes de macarra y pelo rapado estilo nazi. Le gustan los tipos extraños para llevar a cabo su particular periplo del engaño. A Sussie le gusta calentar la zona de la entrepierna escondida en el tejido gore-tex de algunos de los silenciosos usuarios de la sala. Sussie tiene algo en contra de los chulos de gimnasio. Por eso los chulea y les enseña medio pecho para luego dejarlos en la estacada.

Mientras observo su jugada considero que en realidad, busca motivos para pegarse con alguien pero como es una chica robusta los hombres no saben cómo tratarla; el machismo se esconde. En realidad, el machismo siempre ha estado escondido detrás de un hombre poco autosuficiente. Sussie suda machismo y lo aplasta con la suela de sus zapatillas. Sussie ejercita los gemelos mientras el tipo se la acerca y le dice algo al oído. Algo que no alcanzo a oír.

-Demasiado directo. –dice mirándome.

La carcajada es un estruendo que parece hacer temblar los espejos que cubren todas las paredes. Sus dientes de color blanco forman un collar de perlas por lustrar, un pequeño tren de piedras blancas geométricamente alineadas que de poder hacerlo, reflejarían al hombre fracasado, cuyos músculos, durante un par de segundos, quedan relegados por una expresión cabizbaja y un porte de total fracaso; el hombretón de gimnasio disminuye varios centímetros sin que nadie se dé cuenta. Sussie observa al “Increíble hombre menguante” mientras hace estiramientos en la espaldera. La veo reírse como si fuera una colegiala.

Sussie se convierte en la niña que no pudo ser.

Los padrinos del gore no parecen conocer a Michael Gira. De hecho, nada ni nadie me ha indicado cualquier matiz –por ínfimo que sea- que indique una relación basada en las películas gore y la música de los Swans. Michael Gira parece uno de aquellos supervivientes que viven en el techo de un supermercado abandonado con un rifle de mira telescópica mientras les vuela la cabeza a los zombis. Los padrinos del gore nunca han sido muy atrevidos con la música de sus películas. Los labios de Sussie muestran, con un pequeño ángulo en las dos comisuras, el sarcasmo que aflora en sus afirmaciones.

A Sussie le gusta reírse hasta de lo que le gusta.

-¿Temas estridentes? Los que quieras –dice palpándose las abdominales. –Pero música de verdad, música que desarrolle la épica que destilan los Altar of Plagues o los Year of No Light…

Con un ligero movimiento de la cabeza le hago saber que entiendo lo que me dice aunque no lo comparta porque en realidad, las películas gore nunca me han importado. Lo único que me gusta es oírla hablar. Ver como se tumba en el suelo y hace cinco series seguidas de abdominales inferiores y luego estira las piernas.

Y luego en casa, cuando estoy solo, me la encuentro reflejada en la pared mediante el proyector que tengo en la cabeza y me vuelvo un poco más loco y un poco más cuerdo a la vez porque sé que ella aún está por ahí, calentándole la entrepierna a algún machista o divagando sobre cualquier basura que le parezca arte mientras hace tres series espalda de diez repeticiones cada una con una mancuerna demasiado usada.


La ecuación que nos mantiene con vida

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La ecuación que nos mantiene con vida requiere de la línea curvada para equilibrar el proceso que muchos llaman vida. La recta que pierda horizontalidad en realidad es una boca curvada, mostrando el collar de perlas que brillan cuando la higiene es activa y los acontecimientos tienen como resultado una actitud que mira al cielo aunque haga demasiado sol; demasiado fuego para tanta vida en estado de ebullición. La ecuación que nos mantiene alerta es la misma que hace variar sus números cuando los valores negativos avanzan hacia la anulación del estado vital, tanto si la gráfica de los sentimientos fluctúa hacia arriba en una variante de optimismo o en su caso contrario, abre las puertas de la enfermedad de la tristeza.

El poema ha resultado ser un análisis matemático que trata de establecerse como parásito dentro de la química de las emociones. La razón humana medida en parámetros y espirales de Fibonacci es incapaz de asignarse un valor específico puesto que sus motivos son la razón y los sentimientos. Establecer un valor exacto para las emociones es como buscar el espacio que comprende la música dentro de una estancia vacía.

Las matemáticas son incapaces de valorar las emociones, pero sí que pueden demostrar mediante el avance del tiempo como han podido establecerse como la perfección dentro de la naturaleza mediante el crecer de un árbol o la estructura de las ramas que entrecruzan las hojas que nacen de estas. ¿Podrían ser las medidas y la forma de una rama la manifestación de la felicidad de un árbol? ¿El avance natural y sano del proceso de vida de un vegetal?

Mediante el lento crecer de la vegetación, las líneas rectas que conforman su estructura siempre apuntan hacia quien les otorga vida señalando su posición. La misma planta señala el camino de aquel que le alimenta, así como, y mediante el camino opuesto, de quien le da de beber y le facilita minerales.

La ecuación que nos mantiene con vida también nos otorga medidas especiales que conforman nuestro origen; la altura es un claro ejemplo de que algunos seres pueden estar más cerca del astro que les da calor, pero no por ello poseen características especiales. Con el paso del tiempo el ser humano tiende a ser más alto ya que la ecuación que lo define cada vez posee valores más determinantes, medidos por factores como el alimento ingerido y la actitud física. La ecuación que nos mantiene con vida parte también del comportamiento de nuestro cuerpo ante una situación que obligue a estresar la musculatura y con ello, endurecerla para sostener los valores que conforman la estructura ósea.

Podemos medir un beso mediante una fórmula invisible que nuestro cerebro trata de desarrollar mientras nos enzarzamos en un combate de lenguas resbaladizas y supurantes de amor físico. Sabemos que la matemática funciona pero no sabemos cómo actúa dentro de un marco carnal. Lo mismo ocurre con el arte. ¿Podemos medir las emociones para comprender el arte como si este contuviera datos?

La manifestación del deseo, así como la de todas las emociones que comprende un perfil extremadamente sensible, puede definirse mediante el llanto, la risa y también el arte. De ahí que si las emociones requieren de unos valores químicos para realizarse, el arte también encierra dentro de su aura los sentimientos que fueron aplicados a la hora de manufacturarse la obra en cuestión y de su proceso. Para liberar un sentimiento atrapado en una obra pictórica, por ejemplo, deben apreciarse sentimientos muy parecidos a los del artífice que, simple y llanamente, se dedicó a expresarse usando una de las facetas que define al hombre como hombre. La manifestación artística es una variante del lenguaje, una forma de exponer la matemática que nos define y esboza líneas y curvas repletos de valores que sirven a modo de ingrediente para el resultado final; la vida.

El dibujo, resultado de infinitud de fórmulas y cálculos de las emociones, plasma algo que quizá nunca podríamos decir con palabras. La escritura, en cambio, hace que podamos dibujar una forma única en nuestra mente a partir de un único texto. Un libro puede ser leído por mucha gente y cada individuo imaginará de una forma única la telepatía que les está transmitiendo el autor. Es por eso que el papel es, por el momento, el único invento que detiene el tiempo y con ello los pensamientos expuestos en el soporte. Un soporte repleto de matemática igual que los sentimientos, solo que estos, necesitan ser expuestos para existir mediante el arte o el cuerpo. La relación entre estos dos entes tendrá a la obra artística como resultado final.


Monstruo abstracto

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Intuyo en su carácter un ápice de desinterés por permanecer como hombre; le atrae el sentido que se le otorga al monstruo en cuanto a emociones humanas. Busca un modo de convertirse en ente visible y palpable exento de bondad, partícipe de maldades que acontecen en su cerebro de un modo parecido a la cinematografía; la sucesión de escenas ocurre a cámara lenta para mayor regocijo del espectador/amo de sus pensamientos. Fantasea con la idea de convertirse en monstruo de ojos azules y manos pequeñas, pelo canoso, ausencia de bondad e inteligencia emocional más bien escasa.

Observa en el receptor de miedos cómo el grosor de las pupilas se extiende igual que el líquido rojo que conserva el hombre bajo la funda de piel y experiencias humanas, cuando el que se considera monstruo se acerca a su plano visual. El mapa elástico repleto de cicatrices, pecas y vello, refleja la experiencia sin necesidad de palabras. Es la vista quien cuenta la historia aunque no necesite de la palabra hablada. El brillo del metal se acerca a ella para que las gotas de orina caigan al suelo. Serán las últimas.

El avance del segundero indica que ha pasado demasiado tiempo desde que el metal ha vaciado su cuerpo. La piel es un plástico tirado en el mar. La carne brilla y adopta un tono amarronado cuando es iluminada por el foco de luz de aquellos que, supuestamente, trabajan para encontrar la verdad. Llevan placas, linternas, lucen perillas en sus rostros y les gusta demasiado el café. El estropicio es tan grande que algunos deben salir a la calle para vaciar sus estómagos. La violencia ocurre en la mazmorra del esófago cuando el último manjar cae al suelo. Servirá a modo de picoteo para las palomas. Quizá atraiga a las hormigas cuando se haya secado.

Lo importante en este momento es ser una criatura pequeña que esté interesada por el vómito humano una vez esté seco.

Se llevan los restos en silencio. Una variante de misa judía acontece alrededor de los restos; la música es el vacío que se ha creado en la habitación. Parece como si el criminal aún estuviera escondido en algún lugar cercano. Se intuye algo maligno. Se huele el dolor que le producen las voces que lo amenazan con no cesar si deja de causar maldad. Al principio pensó que podía causar dolor pasando desapercibido, es decir, sin causar ningún mal a ningún ser vivo. Pero las amenazas fueran tales que tuvo que usar cuchillos de cocina para paliar el cúmulo de amenazas que recibía en la sala de estar de su cabeza.

Pero todo eso ahora no importa a los que vigilan cuando se quitan su ropa y se colocan un uniforme. Son funcionarios. Les pagan por ponérselo. Les pagan para que los crímenes se eliminen pero no se olviden. De ahí el fracaso de los uniformados; todo el mundo sabe que tienen que existir porque la maldad adopta formas en el tiempo. La maldad es imparable. Es una de las características del ser humano. Por eso cuando alguien alega que se necesita más humanidad, en realidad está aumentando el grosor de las palabras que salen de su boca, válvula de escape de la vida mental. La humanidad comprende odio, recelo, envidia, amor, alegría, tristeza, pereza, hambre, dolor,… nadie puede enfocar la humanidad como si tan solo existiera la parte buena. La parte que a todos nos gusta ver. La parte que mejor reparte sonrisas y bienestar espiritual.

Un asesino utiliza un comportamiento totalmente humano. Es normal que mate. Es su naturaleza.

Los factores que definen al ser humano se alinean frente a la moral para que esta dicte sentencia. Por eso existen los uniformados, para que puedan estar al otro lado de la línea y el jazz de la vida los coloque en su lugar. Por eso existen las etiquetas; para que todos sepamos cómo debemos comportarnos a pesar de las voces que existen en nuestra cabeza. Se puede optar por escucharlas y se puede elegir el camino del bien. Pero también uno puede disfrutar de su locura ignorándola cuando esta se pone demasiado insistente. Se puede huir de uno mismo mediante el cambio de lugar mental. Puedes imaginar que estás en la Luna mientras fumas en el parque. Puedes viajar a cualquiera de los escenarios del mundo onírico solo con cerrar los ojos. Pero no todos pueden hacerlo.

Los débiles se convierten en terroristas de la moral cuando se centran demasiado en las voces. Cuando le prestan demasiada atención a la locura. De ahí que necesiten escoger a alguien que les ayude a sobrellevarla. Algunos lo llaman víctima; los locos les cogen cariño y los asesinos se enamoran. El amor de un asesino se demuestra apuñalando. Aunque sepan que los uniformados les siguen las pista. Aunque les dé igual que los capturen y los metan en agujeros de cemento armado con un pequeño váter de cerámica.

Intuyo en su carácter la ausencia de inteligencia; le gusta parecer un hombre de Cromañón. Parece como si el único ser en el que desea convertirse nadie lo haya dibujado aún. El mal puede ser contorneado por un lápiz. Es fácil. Tan solo es cuestión de usar la imaginación igual que hacen los asesinos. Por supuesto, los que mejor lo hacen son los creativos. Saben jugar con los cuerpos. Saben que se puede construir algo bonito del horror más supino. Los asesinos son poetas que no saben que lo son. De todas formas no saben cómo usar las palabras así que utilizan el cuerpo humano a modo de lienzo. No importa lo brutal que sea la muerte de su obra artística. La máquina de su mente esboza planes continuamente hasta que encuentra el mejor.

Lo cumple según le dictan las voces.

Los uniformados siguen su rastro de sangre y creaciones de arte moderno. Vomitan porque no entienden el arte abstracto. El rojo sangre que sangre contiene. El blanco de los huesos manchados de rojo sangre que de sangre está hecho. Un poema sin necesidad de palabras.

Cubismo interpretativo para policías de academia.

Los académicos de la supuesta moral recogen el estropicio. El espectáculo ha terminado. Por la noche, en sus casas, buscarán la chispa del amor en sus hijos, en sus mujeres, en el fondo de las botellas de vodka que beben para crear de la nada algo a lo que aferrarse. El amor, uno de los pilares de la conducta humana, hará de bálsamo reconfortante; una idea volátil que existe en la mente de quien lo necesita. Al final los sentimientos son una guía espiritual para inadaptados de su propia conducta. Algunos están algo estropeados, otros son creativos a pesar de lo dramático de sus consecuencias. Todos necesitan un lugar en el que exponer sus obras. El reflejo de su espiritualidad es su mejor cualidad. Lo saben hacer como nadie. Ningún artista ha suscitado tanto impacto como aquel que usa la transformación de la vida y la muerte. El asesino expone obras pictóricas, lee poemas exquisitos, esculpe la vida tal y como la ve.

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Un uniformado también puede actuar como crítico de arte, comisario de exposiciones o incluso jurado de premio literario. Tan solo debe conocer la magnitud de lo que reflejan sus ojos para saber con quién se está enfrontando. El crimen a modo de arte plástico. La más baja intención del asesino como slam poético sin público ni aplausos. Un policía se hace partícipe de la bajeza espiritual a pesar de que quiera erradicarla; reside en el mismo escenario. Es parte del jurado. Es parte de la obra. Se necesita para que el mecanismo funcione.

La habitación está salpicada de rojo cubista. De sangre poética. De arte abstracto esculpido en piel, carne y huesos.

El jurado determina que el artista se ha dejado ir por el ego. La provocación es más que evidente; el cuerpo yace en el suelo con los miembros amputados, como un libro extirpado del organismo del escritor. La obra narrativa es la creación de un órgano indispensable para el artista que enseguida es arrancado del mismo para exponerse ante el receptor de estímulos. Del mismo modo que un pintor realista desnuda su nivel intelectual, sus influencias y su propia carne para mostrarse ante el mundo, el asesino actúa de un modo similar; la realización personal se halla en el momento cumbre del apuñalamiento cuando el ego personal está a punto de salir al exterior y la catarsis se mofa de los álbumes musicales de grupos de slam metal como Big End Bolt.

La desnudez de los elementos a disponer se esparce en el suelo para que el creativo pueda montar una estructura que hace poco estuvo viva. Los ingredientes de su propio arte toman vida de nuevo después de ser aniquilados. La transformación se convierte en mutación del cuerpo para resurgimiento del arte.

La sangre es pintura y los huesos estructuras. La complejidad del artista le obliga a usar formas de la naturaleza, como hizo Gaudí con el famoso templo convertido ahora en prostitución arquitectónica. Un asesino reserva su público al uniformado; no le hace falta el aplauso; un vómito caliente es mejor que cualquier tipo de ovación.

Intuyo en su carácter que ahora, en la celda que seguirá dibujando con la mente por falta de recursos, tratará de seguir creando de un modo inusual sin poder redimirse. Puesto que nada ni nadie pueden cambiar su naturaleza. Quizá los fármacos maquillen su realidad, pero nunca volverá a ser creativo.

En la jaula se siente incomprendido. El poeta necesita máquina de escribir. El escultor, un poco de arcilla. El asesino requiere un cuerpo de piel blanca y alaridos desgarradores.

La oscuridad es una jaula que contiene libertad enlatada.

El arte se redime en cualquier tipo de forma material o disciplina.


Tumulto

pulpuEn el lugar de los hechos, la mirada del hombre que sujeta su vida frente al horror civil, no se inmuta ante un tentáculo tirado en el suelo que al parecer quiere demostrar que el gen violento existe, que el ser humano es manipulado por otros que también lo han sido. En un rincón de la civilización humana y entre gritos de un solo ser formado por millones de congéneres, el animal avanza cauteloso, víctima de su propio mal y con el ruido exterior mitigado por el suyo propio; se encuentra en una situación nueva para vivirla en su propia carne. Ha visto el horror de la violencia en películas y libros, pero nunca se ha mostrado preparado para convertirse en espectador y actor a la vez; el paralelismo no es tal cuando sabe desprenderse de la forma y la idea y vagar como alma entre los millones de cuerpos vivos que conforman el animal hambriento que come para morir. Observa la curvatura del cuello y la rectitud de los ángulos de la nariz que, al igual que otros, se arrastran para que otros hagan lo mismo.

Unos tienen hijos para dejar huella y otros aprenden a observar su cuerpo desde dentro y así, poder contemplar el mundo en todo su esplendor.

No disfruta la violencia injustificada del mismo modo que no lo hace un depredador ante su presa; la vida se extingue a pesar de querer prevalecer. El tumulto sigue avanzando sin preguntarse hacia dónde va ya que es la idea que ronda en su cabeza el destino deseado. Pero el ente que viaja entre la multitud y, de vez en cuando, regresa al cuerpo para constatar la vida y el mecanismo del mismo, cabalga por la pradera de cuero cabelludo buscando al primero, al cabecilla, al pastor de tumultos.

Lo encuentra enarbolando súplicas y rencores, palabras que ni él mismo comprende. Un discurso elaborado, un cuchillo sin dueño… solamente quiere guiar a un pueblo que camina hacia la idea preconcebida en la madre del pensamiento, la que arranca y conduce a la maquinaria de piel, músculo y hueso blanco y puro. Todo el mundo cree ir en la dirección correcta aunque otros sigan distintos caminos. Todo el mundo necesita ideas para aferrarse a ellas porque no saben que el pensamiento individual conlleva a la investigación, la experimentación del pensamiento y el acto, la deriva emocional en caso de adquirir ideologías.

Vuelve una vez más al cuerpo y decide quedarse; ha tenido bastante. Las personas se repiten las unas a las otras. La identidad se duplica, se triplica, se multiplica hasta formar un todo; una bestia de mil piernas que avanza por la miseria del cemento. Y consigue quedarse el tiempo suficiente para enarbolar cánticos que otros entonan, caricias para el alma guerrera, ideas que hacen el amor con la música de la calle. Y considera que, durante un tiempo, estará bien seguir a otros a pesar de esgrimir la espada del pensamiento propio. Porque necesita aliados, gente que camine a su lado, amigos que lo respaldarán cuando sus ánimos decaigan. Pero no sabe que, cuando vengan otros tiempos, los amigos quizá se disuelvan en la idea preconcebida que se los come por dentro; la ideología adquirida.

Y de ahí surgirá de nuevo su afán por pensar por sí mismo y deshacer lo que otros le han tratado de imponer; ideas surgidas del castillo de ladrillos y cemento que aloja a millones de personas que también sirven de ciudad, país, continente o planeta para otros seres de tamaño menos significativo que el suyo. Y ellos serán dictadores de su propio mundo hasta que la enfermedad dé un golpe de estado en el planeta cuerpo. Y lo hará cuando le plazca, sin motivos aparentes, sin provocación alguna. Matará al cuerpo y con ello destruirá al mundo orgánico.

Y será entonces cuando ya no podrá seguir al tumulto porque será uno menos, uno que no cuenta, uno que no respira ni hacer latir el corazón. El grupo abanderado tendrá a uno menos si el cuerpo se provoca estado de sitio y destrucción interior a causa del disparo de la enfermedad. De la misma manera que el grupo mayoritario, el que sigue al enarbolado será sustituido por otros que pensarán igual para que la idea no muera y siga dándose encontronazos con el ente que se separa del cuerpo y nada por el mar de cabezas de pelo revuelto, revolucionado, ondeando al viento como bandera de la humanidad y no del barullo estético, violento y físico.

Encuentra de nuevo en el suelo el tentáculo que representa a la bestia ignota, al poder del hombre para causar dolor, para prevalecer entre los suyos. Y trata de no pisarlo para no hacer saltar la chispa.


La mente es un parque sin niños

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La parte más ventajosa de la introspección en parques a partir de las siete de la tarde consiste en la amplitud de miras que el solitario puede y debe esforzarse, ante la construcción del laberinto emocional que circunda a la razón. Esta, construida gracias a una vida, al lento pasar de las cosas, se zambulle en la laguna mental para seguir ramificando razones que solidifican su forma de pensar/actuar.

Una vez se creyó héroe. Otra amante. Otra, un mandamás de un tirano que pilotaba con fervor los mandos de una mente abstraída por la insistencia del colocón diario en parques solitarios, oscuros, desprovistos de esperanza diaria. Sostiene cigarrillos con el papel de color marrón mientras divaga –a veces en voz alta- acerca de su propia realidad, construyendo, sin querer, una extraña fortaleza para seguir adelante con la media vida que le queda por delante.

Algunas veces piensa en dejarlo todo para irse con su tío-abuelo, allá donde esté, y así complementar su formación como poeta y dramaturgo de la obra que no llegará a escribir jamás. Actor principal de la película de su vida, se queda viendo como otros tratan de hacerse con su papel; una vida sin los sentidos alerta puede llegar a convertirte en el figurante de la vida de otros.

Un desliz por parte de quien no desea retroceder, conduce a la suplantación de un papel propio.

En varias ocasiones ve como la vida es algo que hay que tomarse como una oportunidad infinita. Hay que “coger al vuelo” todo aquello por lo que se lucha durante años, décadas, o incluso durante toda una vida. En su posición de pensador de parques decadentes, piensa en la reconversión de su modo de pensar cuando el exceso de la toxicidad de la misma planta que alivia los dolores cancerígenos de su progenitor, comienza a alterar su sistema nervioso de un modo inusitado.

Y así es como se ha convertido en un adicto al pensamiento, a la planta que lo lleva a infiltrarse en lugares alegres durante las horas de sol gracias al clamor de los chiquillos que ríen por reír y de los mayores que corren por vivir y triste cuando la oscuridad cubre el paisaje inmóvil y cambiante que suscita razones, pensamientos en voz alta y preocupaciones que conformaban su questae diario. Porque pensamiento y planta ya son lo mismo. Son el hijo de dos amantes furtivos.

El laberinto de la razón se bifurca a medida que la ingesta de la sustancia que libera al pensamiento se retroalimenta; el bucle es verde y extraño y aparentemente inalterable. Casi intocable. Los pensamientos cada vez se hacen más fuertes. La voz cada vez habla más alto. El deterioro del sistema nervioso se manifiesta como la posesión que atrapa sin aviso; una variante de dolor se instala entre los dos pectorales, justo en su interior, en el lugar más inaccesible. Lo ignora porque ya sabe lo que le ocurre. Mañana la natación lo salvará de la incomodidad del proceso de la destrucción del sistema nervioso.

Con el culpable de su deterioro mental humeando entre sus labios aspira el humo gris que lo conduce a la paz momentánea, al engaño de la droga tomada en grandes cantidades. Hay veces que la simple visión de un pie femenino le produce una extraña calma que a veces confunde con excitación sexual. ¿Cómo es posible que el final de una extremidad le produzca un mayor riego sanguíneo en la zona del aparato reproductor? Un pie femenino. Hermoso. Gatillo de la estimulación orgánica. Paladín del deseo frustrado.

Se contrae cuando la calada es grande y algo estalla en el interior de la cabeza. Se trata de algo pequeño. Una explosión neuronal sin importancia aparente. Pero duele. El dolor es grande cuando el cuerpo es pequeño ante el mundo. El sufrimiento no entiende de unidades de mesura. Igual que los sentimientos; quinientos quilos de tristeza, trescientos gramos de alegría, cien fanegas de sonrisas falsas. Todo ello bailando al son del centrifugado mental cuando las sombras se alargan y el día termina en un parque cualquiera de la ciudad de Barcelona. De la ciudad que lo vio nacer y lo vio morir cada día en la oscuridad de los árboles y la humedad de los parterres que los circundan. Un parterre es una ventana de la que brota vida, un cuadro de Escher que nunca podrá ser colgado en la pared porque la lógica no lo permite. Le da por pensar en porqué puede andar por el suelo y no por las paredes cuando algo vuelve a estallar en la cárcel de hueso blanco, limpio, impuro.

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Siempre ocurre algo cuando el momento es propicio y la felicidad pasa a ser un sentimiento y no un nombre. El genocidio de neuronas se hace notar cuando quien las mata con su comportamiento vuelve a contraerse para colocarse como si estuviera a punto de sufrir una accidente aéreo. Pero el choque nunca llega a celebrarse porque la literatura abusa de las desgracias mientras que la vida real las describe mucho mejor; nota el chorro de sangre que sube con rapidez cuando vuelve a incorporarse. El líquido está caliente y el bienestar es efímero. Demasiado.

Piensa en una bañera caliente y en hacerle el amor al personaje Daenery’s de la Tormenta para después cortarse las venas metafóricamente y caer en su propio olvido dentro del agua humeante. De la reina de dragones ya no se acuerda mientras trata de adivinar la variante de Pantone que la sangre junto al agua son capaces de reproducir en las retinas de quien los observa. La desaparición de su visión erótica indica la frialdad de alguien que huye de la conversación cuando el acto sexual se ha extinguido en el recuerdo que evocan las sábanas arrugadas y el olor a sudor y a coito.

Durante unos segundos a conseguido huir de la realidad del parque. Durante unos segundos ha conseguido trasladarse a otra realidad albergada en la mente. Hay días en los que trata de acordarse de los escenarios de su mundo onírico para buscar nuevas aventuras con personajes reales, aquellos que se ha cruzado en su vida. Aquellos que le han amado y odiado tanto en secreto como en abierto. Es divertido mezclar mundos de la misma manera que lo es mezclando amigos de distintos ámbitos.

Aunque eso, para él, forma parte de un pasado que trata de borrar.

Pero la combinación de la planta que en ningún caso, consigue ahuyentar a sus demonios y la mezcla del antidepresivo que toma cada noche por prescripción médica, retuercen la cuerda que sostiene sus emociones, mutando cualquier acto en algo a tener demasiado en cuenta. Algunos lo llaman exagerado, otros loco; solo él sabe que la mente es un veneno del cual no existe fórmula que lo anule. Y el suyo es demasiado poderoso.

Así que se limita a apagar el cigarrillo cuando este casi parece muerto y se pone en pie, una vez más, héroe y perdedor a la vez de una vida que avanza lentamente, como la muerte lo hace a través de la existencia para poder existir aunque sea de un modo algo triste.

El parque se queda en silencio. Un silencio impuesto por la falta de sustancia que hará, al día siguiente, retornar al héroe/perdedor a la oscuridad de sus pensamientos y con ello, dar sentido a un mundo invisible que nunca terminará de gestarse en el ciclo de su limitada existencia.


La palabra

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A la sacerdotisa se le escapa el cuchillo. Cae de punta y se clava en la madera. Se busca acongojar a la sacerdotisa con un dios macabro. Un dios exultante y bello y algo mortífero. Cae el dios al mirar demasiado a su creación. Los ríos de sangre nacen del tajo en el cuello y el condenado no pronuncia oración alguna hacia el cielo. La sacerdotisa se torna metal oscuro y ente física para los acólitos al espectáculo. Aun así siente respeto por su dios. De la imagen que se ha creado en la jaula de la inventiva cuando los otros le enseñaban LA PALABRA.

De repente, el recelo por ser todo lo contrario a lo que la han preparado significa la negación de su yo interior hacia el conocimiento de LA PALABRA. Piensa en escribir poemas para huir de sí misma. Piensa en sangre y contornos afilados a modo de única salvación.

LA PALABRA la inventaron los que necesitaban el control absoluto. De ahí el nihilismo por parte de su zona cerebral cognitiva cuando la obligaron a leer viejos tratados y frases que, a pesar de la probable bondad de quien las decía, se convertían en violencia y cuchillos clavados. No existe el acto físico en nombre de cualquier dios. Solo este puede mover piezas en el tablero; cancelar amnistías, hacer prevalecer el orden.

A la sacerdotisa se la puede ver entre las cortinas que tapan su vergüenza. Cuelgan cuchillos de las paredes que contemplan su cuerpo desnudo, su entrepierna repleta de vello, la belleza de su redondez. Se busca a sí misma al otro lado del espejo. Trata de desdoblar su imagen, de viajar sin moverse de lugar, de escuchar el silencio en un cuerpo forrado en piel y rasgos suaves. LA PALABRA la riñe cuando le apetece tocarse frente al espejo e imaginar a hombres corpulentos y mujeres de carácter fuerte burlando a los mandamientos.

Se reprime cuando el tratado forrado en piel la mira desde el atril de madera tallada a mano. LA PALABRA la observa. Puede sentir sus emociones. Le molesta la desnudez humana pero no la sangre. La sacerdotisa se quita las medias, lo único que le cubre la piel. Se tumba en la cama y usa el volumen sagrado como si fuera el objetivo de una cámara web. Necesita denostar su herejía para comprender el poder del dios.

Romper con las normas.

Requiere del desafío para poder comprender. Puesto que en varios años se ha limitado a clavar cuchillos y abrir gargantas mientras la sangre llenaba el interior de un cuenco. Ahora quiere saber el misterio de LA PALABRA. Ofrece su vagina al libro. Desafía al divino consorte mientras la flor de carne rosa se abre y florece y el líquido es insípido en el interior de una boca hambrienta.

Pero el dios no ve porque, quizá, no exista en la mente de otro, ¿te acuerdas del final de Peter Pan? Si todos creen, la idea tomará forma. La sacerdotisa goza mientras comete crimen atroz a los ojos del puritano; el que obedece pero no es bondadoso. La idea de control imperante es un lazo invisible que trata de hurgar en las mentes de aquel que se cree prisionero. La civilización es solo un nombre. LA PALABRA prevalece ante todos mediante el horror inexistente.

Os matará un dios vengador. Vendrán plagas y ríos de sangre y hombres subidos en caballos de fuego.

Creed.

La sacerdotisa moja la tela que cubre el colchón. Sonríe mirando al objetivo. Se relame los labios como si los hombres santos la estuvieran mirando. La cámara web es un invento para voyeurs sin necesidad de permanecer ocultos. Las largas piernas desnudas de la mujer se estiran relajando, posteriormente, la musculatura. La habitación huele a sexo individual; cápsulas de felicidad en formato breve y placentero.

Sabe el desafío que ha cometido y ahora, con el cuerpo cubierto por las sábanas y un cigarrillo humeando hacia el infinito, espera la respuesta del supuesto dios que, en teoría, ha velado por ella durante toda su vida mientras dormía. Ha usado la masturbación como prueba de fuego; nada mejor que el calor que produce el cuerpo para demostrar que el ser humano es fuego, aire, agua y tierra.

Termina el cigarrillo y no pasa nada porque le enseñaron que el dios que adora no necesita demostrar nada a nadie. Una buena excusa de los acólitos para no tener que montar un teatro de hilos de pescar. El mejor argumento para hombres de alta alcurnia con poca capacidad de inventiva espiritual. De ahí que la habitación siga en tinieblas y el espejo muestre a una mujer hermosa que ha degollado a dos docenas de personas.

En su reunión con su dios, escupe infamias y vuelve a masturbarse con el mango del cuchillo que tantas vidas ha cercenado en lugar de seguir esperando; el tiempo pasa mejor cuando se hace desaparecer el segundero. Disfruta mucho provocando a la nada mientras imagina que se desnuda en el templo ante la visión de cientos de feligreses.

“Miradme el alma a través de la vagina”, les dice. “El hombre es fuego, aire, agua y tierra, ¿por qué necesitamos un dios? Si creas algo bondadoso no hace falta que rindas cuentas a nadie”.

Pero la realidad la muestra excitada y algo desilusionada; no ha aparecido ningún dios ni ningún tipo de antítesis que la regañe. Se busca en el reflejo del espejo para verse a sí misma perdiendo. Enciende otro cigarrillo mientras se da cuenta de que no se siente demasiado culpable por las personas que ha degollado.


Instinto

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Se acerca demasiado al peligro. No es la primera vez que se lo dicen. Pero a él no le importa demasiado perder un brazo o ser atropellado por el tumulto que produce el vehículo moderno. No le interesa la vida puesto que la muerte le parece atractiva desde un ángulo de profundo pesimismo. Utiliza su vida para poder enfocar el deseo de dejar de existir desde prismas distintos. Utiliza su vida para enroscarse dentro de un deseo cumplido y así justificar sus ganas de abandonar la luz que prologa a la oscuridad eterna. Se viste con las llamas del deseo, aquellas que solo pueden quemarle la piel estando vivo. Aquellas que producen un pequeño destello en sus ojos cuando el calor se pone en contacto con la leche del reverso de su mano. Una vela señalando al cielo. Un dedo hurgando en la idea de aterrizar en el infierno cuando el prólogo de la vida sea leído.

Se establecen paralelismos entre el deseo de morir y las pocas ganas de vivir.

Aun así sus sentidos le ayudan a ahondar en sus pesquisas; ritos que solo se celebran en la mazmorra de su mente. Palabras que nunca serán pronunciadas por brujo alguno, hechicera sexual, niña poseída por demonio con nombre de grupo metalero. El mundo se convierte en un escenario donde poder realizar macabros rituales invisibles a los ojos de aquellos que se cruzan en su vida. En su no-vida. En su deseo porque el tecleo del prólogo cese y la muerte se vislumbre subiendo por una cuesta de suelo adoquinado.

Se adivina a sí mismo tirándose a la vía del tren mientras lo balean por la espalda.

En sus sueños siempre aparecen animales; lagartos, serpientes, gatos, ranas y pájaros negros. En sus sueños la noche es como el sol que da vida para después producir un melanoma; cáncer en cápsulas de placer momentáneo. La piel es un mapa de atrocidades naturales donde no hay lugar para el drama. La muerte no espera música solemne ni cánticos ancestrales; el silencio previo al último estertor debería ser la única sinfonía para cuarteto de desgracia y suerte invertida.

Se adivina a sí mismo siendo acuchillado por la brutalidad de los acordes de cuatro jóvenes destruidos por la brutalidad de la música oscura.

Metalheads buscándose en la eterna juventud. Pájaros aparecidos en sueños arrancándole el único por el que puede ver un futuro inventado. Es probable que muera de viejo. Es probable que muera de joven. Es inequívocamente remoto el destino de aquel que muere día a día mientras se prepara para recibir a la dama de negro. Se la imagina desnuda. Se la imagina vestida. Se la imagina dictándole palabras y poesía que nunca nadie comprará. En su ímpetu por llegar antes a la meta de la vida se sumerge en el mar cuando la luna lo ve alegre por primera vez; alegre porque la vida acecha en la profundidad del agua; vida que quizá lo convierta en muerte.

Tiburones, peces martillo, orcas, animales acuáticos enfadados porque sí.

No existe animal fiero sino hombre desarmado. No existe la vida cuando espera a la muerte mientras el oleaje le cubre hasta los hombros. No importa nada excepto el agua fría montándoselo con su piel. Necesita ser violado por el agua. Necesita una bala perdida ante el posible fallo del asesino líquido. Una ola lo desplaza un par de metros para arrastrarlo mar adentro. Se deja llevar por la corriente. Es emocionante. Le gustaría ver llegar a la muerte con un biquini negro y una sonrisa blanqueada por la química legal. Sonríe cuando su cuerpo se coloca en línea ante la corriente que lo arrastra a los confines de un imperio profundo. Un imperio silencioso. Un imperio sin héroes ni villanos. La maldad es el silencio que precede a la vileza de los actos.

Delfines zombi, acantilados que sonríen mientras el agua entra por la boca, una estrella fugaz.

No existe animal furioso sino hombre suicida; la enorme mandíbula se cierra en torno a su brazo izquierdo. La sangre es invisible cuando la noche hace demasiado tiempo que se ha cerrado. Hablamos de horas. El tiburón ni sonríe ni llora; simplemente cumple con sus instintos. Su panza blanca pertenece a la del tiburón blanco. Es una hembra. Mastica dos veces la carne sanguinolenta para luego escupirla.

Su aleta desaparece en la inmensidad del palacio negro. Estrellado. Exento de compasión.

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Su cuerpo sigue flotando en la dirección a la que le lleva la corriente. No tiene miedo; simplemente nota el brazo que le falta. El sabor de los humanos no es muy agradable para los tiburones. Mala suerte. En otra vida quizá le toque ser un pez sabroso. Un invertebrado sin razones para pensar; la única vida es buscar el modo para conservarla. La sangre atrae a otros animales. Nota la viscosidad de sus pieles rozando la suya. Hace el amor con los seres de las profundidades que, en un alarde de caballerosidad, han emergido para saludarle. Para oler su sangre. Para observar la ridiculez del acto suicida.

Le extraña no haber sufrido un ataque al corazón. Un desmayo. Una pérdida de la realidad. Aun así trata de disfrutar del sueño que tantas veces se le ha aparecido en forma de animal.  Si en tus sueños aparecen lagartos es que un enemigo poderoso tratará de atacarte. Si en tus sueños aparecen perros es que alguien que consideras cercano buscará traicionarte. Si en tus sueños aparecen serpientes es que el diablo ronda cerca de ti. Las presencias viscosas pasan tan cerca de su cuerpo que no puede evitar reír como el estruendo que provocan dos trenes al chocar; en realidad está asustado.

En realidad considera que nunca se está preparado para la muerte aunque esta forme parte del proceso. Nunca se puede aceptar aquello que nos niega a todo lo que hemos sido. La oscuridad que lo rodea quizá sea el último capítulo de su vida. Busca en su cabeza algo con lo que distraerse cuando el corazón se le acelera tanto que la sangre que escupe su brazo tiñe el agua a demasiada velocidad. Algo grande y negro le estira una pierna y lo hunde. Algo grande y negro hace crujir el hueso del tobillo derecho para empujarlo en dirección al infierno. Tan solo necesitaba imágenes poéticas mientras se desangraba en la corriente. Tan solo quería algo de épica mientras su vida se cerraba el sostén.

El agua entra en sus pulmones y la poesía se torna invisible. Bella. Exenta de palabras.

Los monstruos de las profundidades nadan en dirección a la corriente. Esperan encontrar más hombres deseosos por toparse de morros con la muerte. La que nunca espera a nadie. La que trata de complacer a quienes se enamoran de ella.

Instinto. Mandíbulas cerrándose alrededor de la piel tirante. El festín es un concierto repleto de manos simulando los cuernos de la antítesis de Dios.


Síntomas de realidad

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El relato dignifica el alma y te pone en su lugar. Cuando cierras la luz después de teclear el punto final algo empieza a correr por tus venas. Es la auténtica liberación del espíritu. El diablo que siempre ha estado ahí pero que ahora puedes oír. Cierras los ojos. Ahuyentas la voz trémula que a veces te dice que no puedes seguir. Que debes poner el intermitente, estacionar en el andén y apagar el motor. Normalmente ocurre cuando llevas tiempo dándole a la máquina de las mentiras pero el reconocimiento sigue aletargado. ¿Quién dice que algún día va a despertar cual Nosferatu en un velero con destino a Londres? No, hay que seguir manteniendo el espíritu libre y los dedos ágiles para seguir aporreando a la realidad con tus mentiras, ilusiones y orgasmos mentales. La palabra es un acto de liturgia cuando la pones en movimiento. Escenificas ideas hasta que estas se tornan una variante de piscina vacía donde deslizarte con tu patín hasta quedar agotado frente a la pantalla. Hubo un tiempo en el que consideraste a los escritores como algo sagrado para descubrir al poco tiempo, que eran gente como tú. Algunos necesitaban protagonismo, otros simplemente trataban de mejorar.

El afán de protagonismo llena un par de minutos de tu vida como artista efímero.

Y digo efímero porque en la actualidad todos necesitamos ser especiales. La fijación por nosotros mismos nos la regaló el cerebrito de Facebook. Fotos de pies. De comida. De rollos que hemos conocido en antros con poca luz y el suelo pegajoso. La vida transcurre mientras la Tierra sigue dando vueltas, engañándonos a todos con su baile de música para ascensores. Piensas en todo ello ahora que no sirve para nada. Ahora que los fantasmas del mundo actual se han convertido en despojos unánimes a un grito silencioso: el grito del hambre eterna. El hambre por protagonizar, por morder el anzuelo de la vida exitosa. ¿Te acuerdas cuando comenzaste a fantasear con la escritura? ¿Te acuerdas cuando tenías que imprimir tus relatos y salir a la calle infestada de anónimos?

Sí, lo recuerdas todo como si fueras un secundario de Z-Nation, solo que los zombis eran el depredador humano, enarbolando una sonrisa de dientes afilados. La primera mordida fue en una entrevista de trabajo, cuando alegaste que escribir era tu pasión y que habías adquirido las 400 pulsaciones escribiendo relatos de zombis. La pregunta de la entrevistadora te desgarró las entrañas, solo que no te diste cuenta. “¿Así que has adquirido rapidez haciendo ESO?” La carne quedó rígida para pasar a infectar los órganos principales de tu deteriorada salud mental; ilusión, esperanza, ganas de moverse por cuenta propia. Todo terminó por derrumbarse. Luego la infección pasó a tu sistema nervioso; el sudor corría por tu cara igual que la sangre de los corderos que habitaban la Biblia. Tu cerebro abandonó toda esperanza de encontrar un segundo empleo. El primero no daba mucho para vivir. El segundo tendría que ser un motor de 1200 caballos. La bestia. Saliste a la calle aturdido, mareado, la mordida te dejó la camisa desgarrada.

Solo podías ver la herida reflejada en los escaparates.

La gente seguía con sus vidas: caminaban, apenas te vieron, si hubieras caído al suelo nadie hubiera hecho nada. Normal. Tú también lo haces. La gente cae continuamente al suelo de sus vidas y nadie hace nada para levantarlas. Hay que tropezar, te dicen, así podrás volver a levantarte aunque tengas las rodillas en carne viva.

Meses más tarde la epidemia del dolor personal llegó a través de las ventas de tus libros; no vendías lo que tu yo del pasado había imaginado. Imaginar es para niños grandes y para muertos vivientes de su propio ego. En realidad no nos hace falta carne mientras tengamos la nuestra. Nos alimentamos de los comentarios que van dirigidos a nosotros. EGO. Una pieza difícil de colocar en el castillo de nuestra mente. Los libros se distribuían pero tenían pocos compradores. Nadie dijo que fuera fácil y menos cuando tu nombre no salía en las marquesinas de las paradas de autobús.

¡Serás soñador! ¡Serás niño!

 Te diste cuenta de que lo había que alimentar era al vampiro que se nutría de halagos, de palmadas en la espalda, de momentos felices…

Pero nunca de dinero.

Pensaste que hacer algo de provecho económico dejando el arte aparte sería lo más justificable. Así que buscaste trabajo y enterraste al escritor. Mentiste cuando dijiste que tu mayor afición era la poesía recitada en la mente mientras nadabas. Seguías escribiendo en secreto. Tecleando mentiras que sonaban a verdad. Esculpiendo mundos invisibles que necesitaban de las palabras para ser descubiertos. Hasta que al fin firmaste un papel que te retuvo en una empresa durante varios meses.

Conociste a gente y fumaste en las horas libres. Llegaste a tener una amiga con la que contarle tus intimidades e incluso, confiarle quien eras en realidad. Peter Parker no es Spiderman, es un fotógrafo mal pagado. La realidad siempre es más impactante que la ficción. Eras el hombre araña en la intimidad mientras te mostrabas ante el mundo como uno más. Un zombi con hambre de red digital y consumo efímero.

Aun así seguiste tecleando para esculpir tu estilo. Conseguiste algunos logros personales y los celebraste a solas. ¿Realmente necesitas a alguien cuando tu oficio es el de estar solo? Hay que saber estar a gusto con uno mismo cuando el espíritu es un soldado independiente. Cumplir objetivos no tiene nada que ver con el éxito social. Los logros se diluyen en poco tiempo a ojos de otros. Decidiste seguir viviendo, seguir tecleando y peleando por ti. Nada de fotografías con grandes autores. Nada de elogios por parte de nadie.

Solo quieres oír la voz del diablo que corre por tus venas cuando cierras la luz después de inventarte otras vidas.