Me acuerdo de los saltos en el tiempo. De todas las veces en las que nos encontrábamos tendidos en un colchón. Rezábamos a dioses paganos. Hablábamos de tradiciones extintas. Éramos el resultado de la sobreexposición de la ficción; en realidad estábamos escribiendo nuestro propio relato. Demasiadas palabras quemándonos la piel. La música era estridente y los dientes nos mordían constantemente. Queríamos convertirnos en cuento, en dos entes independientes que podían unirse del modo que prefirieran y formar, así, algo coherente con lo que el público lector demandaba.
Nos gustaba ser desagradables por el mero hecho de serlo; los personajes a los que emulábamos dictaban nuestro camino.
Salíamos de la realidad por la puerta trasera. Nos perseguían vampiros emocionales, zombis del éxito, monstruos de los que solo aparecen en la vida real. Nos decían constantemente que nosotros mismos mandábamos en el texto. Que simuláramos que estábamos en un sueño que duraba tres meses.
“Haced lo que os dé la gana mientras tratéis de sorprendernos”.
Era extremadamente difícil buscar el factor sorpresa. Era como tratar de capturar una liebre con unas aletas de natación en los pies. Pero siempre conseguíamos engañar de algún modo. Podíamos convertirnos en asesinos y víctimas a la vez. Conseguimos trazar círculos concéntricos frente al mismo relato y romper la monotonía. Luego nos dábamos un beso al cerrar la puerta.
Podíamos aparecer en cualquier lugar y a cualquier hora. El tiempo era un lugar distinto cada vez. Siempre teníamos el mismo escenario frente a nosotros, siendo este un lugar distinto en la línea de tiempo. Recuerdo el terror naciendo dentro de la cabeza. Un ataque de ansiedad pilotando un bombardero dentro del bombo que un enano con resaca golpeaba a más no poder. Decidí que la historia no siempre tenía que ser de miedo. La vida ya es suficientemente extraña.
Nos dijeron que trazáramos un mapa bizarro para poder transitar por él. Así que modificamos el tiempo y el lugar y rompimos todos los caminos posibles. Nos movimos a nuestras anchas por el terreno ficticio mientras ella me tiraba el pelo y me mostraba sus dientes. Dios, que bonitos eran.
Analizamos el contexto en el que debíamos movernos y decidimos que no debía existir estructura alguna al hacerlo. Transitamos por la línea de tiempo y aparecimos en lugares remotos, en fondos de pantalla desorbitados, en agujeros negros donde notábamos presencias gigantescas que no querían mostrarse. Estábamos buscando personal para organizar un relato extraño. Simplemente dejamos de tenerlo todo bajo control para que el texto se formara solo, para que las palabras nos hicieran una radiografía.
Qué loco. Qué extrañeza la que nos confundía paralelamente con nuestro desorden argumental. Nos salimos de los raíles para hacer descarrilar al tren. Nos encontramos con tipos con cuernos de alce y varias chicas con la cabeza rapada. Una dio un paso al frente y nos habló de un monstruo lovecraftiano. Enseguida nos marchamos corriendo; no queríamos saber nada sobre personajes tan manidos.
Un día ella abrió la boca y vomitó un trozo de galaxia. Me sentí cómodo con todo aquello y le dije que cerrara la boca, la sensación de espacio me estaba agobiando. Ella también cerró la boca para que el sonido de las estrellas le diera un poco más de espacio para sentirse a sus anchas. Nos quitamos algo de ropa porque hacia calor pero no nos tocamos porque notamos como si alguien quisiera leer algo de pornografía espacial. No queríamos darle el gustazo. “Búscate una novia con escafandra” le dijo ella mientras le escupía en la cara. Un fragmento de Herbert le colgaba de la comisura de los labios. Creímos que pertenecía a “Dios emperador de Dune”.
Una vez me preguntó si el relato podía tomar sentido alguna vez para poder salir al recreo y descansar un poco. Le dije que lo hiciera cuando ella quisiera. Que hiciera detonar los explosivos. Que dijera en voz alta el nombre del asesino. Que le propinara un puñetazo al supervillano. Ella se encendió un cigarrillo. “Pensaba que habías dejado de fumar” le dije. Me tiró el humo en la cara y me salió un papiloma.
Traté de hacer algo con ese colgajo de carne diminuto que colgaba del interior de la boca. Sería hermoso poder construir una historia acerca de un trozo de carne que nadie quiere, pero enseguida me cansé de teclear en silencio y arremetí contra la estructura clásica del relato tradicional. Teatro clásico en los pendientes. Frases de Borges subiendo por el esófago. Hendidura espacio temporal activándose. Legiones de fans de películas de superhéroes viendo como la última sala de cine arde en llamas. Banqueros remando una góndola. Romperles la rótula con una grapadora oxidada. Culatazos en la sien para que den un volantazo a la izquierda. No.
No sabe qué hacer para hacer estallar el relato.
Durante un momento me separo de ella. La ansiedad me golpea fuerte, tanto, que creo que está a punto de volar. La garantía de devolución ha caducado. No siento nada excepto el repiqueteo del corazón desbocado. Mierda. Salir por piernas ante un ojo gigante que te mira con odio. Buscarle la lógica al texto para dejar de fruncir el ceño y pensar mal de quien busca romper esquemas. No. No hemos conseguido nada. Solo establecer paralelismos entre abrocharle los zapatos al sueño y tatuarle una polla a un cerdo.
Me acuerdo de una puerta abierta y un rayo de luz tratando de teñirme la piel de eterna palidez. No estoy muerto, le dije. No pienso atravesar el marco y dejar que me lleves. Ahora tengo novia y tiene los labios bonitos y me aguanta todas las tonterías. El amor no es un sentimiento, sino buscar un motivo cada día para hacerle una videollamada.
Ya, pero ¿ya has hecho explotar la lógica del relato?
Me acuerdo de que aterrizamos en una cama vacía con luces compradas en el chino colgando de las paredes e hicimos bastantes tonterías antes de enzarzarnos en una sucesión de revolcones grasientos y deseo apestando a saliva caducada. Qué bonito. Cada vez que lo pienso trato de salir del cuento para dar rienda suelta al deseo contenido. A la hamburguesa humana que creí comerme hace unos años. A la gran mentira que algunos llaman éxito inalcanzable.
Creo que le di un beso antes de cerrar la puerta y darlo todo por concluido. Pero aparecieron unos entes alrededor de la cama y nos dijeron que venían del más allá para participar en el texto, para darle un poco de emoción al relato. Los aceptamos porque no sabíamos qué hacer. No teníamos inventiva. Nos habíamos fumado toda la imaginación.
Nos llevaron al bosque y trataron de engañarnos para analizarnos. Ella le propinó un mordisco al primero que tenía enfrente en lo que debería ser el cachete del alienígena. El tipo/cosa emitió un grito y nos atrapó a los dos dentro del sonido. Era infernal. Vivímos dos semanas dentro de una jaula invisible donde un sonido nos taladraba los oídos. Era como un grito interminable. La idea era que nos volviéramos locos, pero nos pasó lo contrario: nos volvimos cuerdos y políticamente correctos y decidimos que éramos héroes musculosos y les pateamos el trasero a los entes envueltos en una bandera americana.
Qué aburrido. Nos habíamos pasado de previsibles. Por un momento me olvidé de que tenía novia y me peleé otra vez por el mero hecho de divertirme gratuitamente. Esta vez invoqué a Mxyzptlk, el tipo pequeño del sombrero bombín que le hacía la puñeta a Superman. Me acuerdo que cuando le estaba frotando la calva con los nudillos mi novia apareció en la escena y quiso tomar parte en la refriega. Pero enseguida la tiré encima de la cama, aquella que estaba formada solo por un colchón, la que aparece al principio del texto, y que hace desaparecer el relato.
¿En serio crees que he terminado?
No.
Ella me está mirando desde la cama. Siempre la cama. Supongo que ocurre así porque no pudimos ni tan siquiera tocarnos durante las dos semanas que estuvimos prisioneros en la jaula de sonido. Incluso era imposible comunicarnos. Ella me propuso meternos dentro de un videojuego. Podríamos construir una narrativa con distintas opciones, como en aquellos libros donde podías elegir qué camino tomar, pero con opciones limitadas. Le dije que no, que nada, que vomitara un pedazo de arco iris para encontrar el tesoro definitivo y esperar a la muerte con una extraña sonrisa dibujada en los labios.